domingo, 7 de marzo de 2010

Entrevista A Pedro Mairal

entrevista a pedro mairal


“Yo era totalmente anacrónico”


A poco de publicar “Salvatierra”, donde vuelve a los paisajes entrerrianos, habla del peso de ser considerado “joven escritor”. “La poesía me sirvió como un lugar en el que sabía donde estaba parado”, dice y agrega que su heterónimo, Ramón Paz, lo ayuda a escapar de lo que él llama “la información de solapa”.
Por Sonia Budassi

La sencillez del narrador. “Si pienso en ‘joven escritor latinoamericano’ cierro la computadora y me voy a tomar una cerveza”, dice Mairal, siempre convocado por los congresos de literatura.
La voz del narrador no es nada moderna, en ningún momento pongo ninguna cercanía con algo generacional como los blogs. No podía haber un narrador cool. Era un tipo que cuenta esa historia con el padre y tiene alrededor de 50 años en Gualeguay”, dice Pedro Mairal sobre el protagonista de Salvatierra, su última novela, con la que vuelve al catálogo de uno de “los grandes sellos”. Sus textos, desde los Pornosonetos –que firma como Ramón Paz–, a la novela El año del desierto, forman parte, para lectores diversos, de lo más interesante de la narrativa argentina contemporánea. Y motivan a leer, al mismo tiempo, la manera en que el autor continuó escribiendo y publicando luego de su resonante debut como ganador de la primera edición del Premio Clarín-Alfaguara en 1998 por Una noche con Sabrina Love.

—Hay una idea recurrente, en la que cuadra “Salvatierra”, de que tu literatura se mueve dentro de las formas clásicas.

—Tengo una cosa clásica personal. Me acuerdo de esa discusión Tabarovsky-Martínez, yo la simplifiqué en vanguardia y tradición. Es una pelea que cada uno tiene que batallar solo. Vos tenés una especie de tradición literaria, cosas que considerás literatura con mayúsculas, que tiene que ver con tus primeros deseos, con la manera en que pensás en qué es escribir bien. Después se empieza a colar tu propia voz, la manera en que encontrás las cosas nuevas, las de tu época. Estás todo el tiempo con un peso histórico y con otra cosa que estás tratando de actualizar, que es tu lenguaje. La peleo mucho solo y no creo que esa tensión se resuelva nunca. Tengo una cosa muy fuerte con Cortázar, García Márquez, Borges también.

—¿Y poetas?

—Con Neruda, Vallejo, e incluso Juan L. Ortiz. Gianuzzi me sirvió para la segunda cosa, para cuando empecé a escribir más como yo. Descubrí a un poeta que hablaba de la experiencia urbana. Yo tenía un estilo muy lírico, escribiendo sobre los ciclos naturales, era medio nerudiano (se ríe). Y después me casé, empecé a trabajar, a pagar impuestos y el lirismo se me fue al carajo. Ese imaginario no me servía más para escribir. Entonces me dije: “¿Cómo hago?” Si no adapto la escritura a lo que me pasa no me sirve más escribir, no me digo, no me narro...

—Solés decir que también leés a gente de tu edad.

—Empecé a hacerlo más a fines de los 90. Nunca fui de la generación de los 90. Si bien yo iba a leer al Rojas en la época en que leían Cucurto y Llach, yo no era de esa generación. Tenía un estilo más clásico. Confieso (se ríe) que tengo algunos poemas que escribí a los 20 años en los que hablaba de tú. O sea que era totalmente anacrónico, era un bicho de otro lugar. Y empezar a leer a gente de mi edad como Washington Cucurto, Santiago Llach, Fabián Casas, o Martín Gambarotta me cambió mucho. Cada historia y cada cuento te implica replantearte todo eso. Por supuesto que es algo que no viene tan concientemente.

—¿Y cuál es tu temor cuando viene ese planteo?

—Está la cuestión de la elección léxica. Leo a gente de mi edad para ver qué dice: ¿auto o coche? ¿traje de baño? ¿malla? ¿cara? ¿rostro?

—También está el peligro de que ciertas palabras envejezcan.

—Claro, vos te hiciste el modernito y ponés que hablan de los blogs, del mouse y por ahí dentro de cinco años eso es una antigüedad. Algo de eso pasó con mi cuento Hoy temprano.

—Cuando ganaste el premio Clarín tuviste mucha exposición. ¿Cuál es la parte negativa de eso?

—La mayoría de las cosas que pasaron con el premio fueron buenas. Que suene tu nombre, que hoy en día si un taxista te pregunta qué hacés, le digo que escribo. Y cuando me preguntan qué, les digo Una noche con Sabrina Love y se dan vuelta y te miran como “oh, vos escribiste eso”. Es por la película también. Que un libro tuyo esté como en el disco rígido de la gente es buenísimo. Después, la parte mala...pensá que ese año había 800 escritores que se presentaron al premio; son 800 tipos que clavan chinches en mi foto. El ambiente de la gente que escribe es chiquito. Además un premio vinculado a un multimedio genera también guerras de medios, gente que está atenta a “a ver a quién premia este diario”. Después de haber publicado un libro de poemas que había leído un grupo de amigos pero nada más, me vi en medio de un fuego cruzado.

—Además era un salto de género.

— Sabrina tampoco cuadraba desde la perspectiva de “la gran novela latinoamericana”, porque era un cuento largo, eso puede decepcionar, aunque para mí está bien. Después, aparecer en dos tapas de suplemento seguidas, a los 28 años, y yo parecía de 17... supongo que a mucha gente le habrá molestado eso (se ríe). Lo que hice fue bajar la persiana un poco. Me puse a escribir poesía y una especie de falsos diarios personales, ideas chiquitas que no le mostraba a nadie. Hasta 2005 no volví a publicar una novela. Necesité ese tiempo también para recuperar ese silencio interior, el silencio de escritura. Te hace mucho ruido lo otro, sobre todo si sos muy joven. Ahora me puedo bancar un poco de exposición, con todo lo que me implica de vanidad y todo; el autogoogleo te puede quitar tiempo también. Pero a esa edad te sacude mucho. Y más si entre los comentarios buenos viene uno que te destroza, pero que tiene que ver con una guerra que te trasciende; que te está pegando a vos pero a todo lo que te rodea también. Entonces la poesía me sirvió como un lugar en el que sabía adonde estaba parado.

—¿Y ese fuego cruzado del que hablabas?

—También existen las capillas y las camarillas en poesía, es cierto. Pero son todos igual de pobres. Nadie espera nada más a que salga su librito, que en todo caso salga alguna reseña en algún lado.

—En la caricatura del poeta versus el narrador, el poeta aparece como más prejuicioso con respecto a la supuesta sencillez de cierta narrativa.

—Sí, a los poetas más puros la narrativa les parecía una vulgaridad; a los que son tan excelsos con el lenguaje. Pero la poesía actual abandonó un poco eso. A mí me interesan los poetas que se pusieron a escribir narrativa como Casas y Cucurto. Ojalá esa especie de frontera tan marcada entre poetas y narradores se esté desdibujando. De hecho a mí me lo preguntan como si fuera una ambigüedad sexual: “¡¿Qué sos poeta o narrador?!” ¡Quieren que te definas! (se ríe)

—Decís que no sos programático para escribir, pero sí parece que pensaste una política de publicación.

—De tener un libro de poemas, pasar a Alfaguara e incluso a Anagrama, fue una cosa que me excedió totalmente. Me quedaba grande ese traje, esa es la verdad. No digo que sea grande para ese libro, pero la figura del tipo que va a seguir publicando a los 28 años...además no sabía bien qué significaba eso, es decir... no tenía libros escritos... El hecho de pensar: “Estas líneas que estoy escribiendo van a salir en una edición de Anagrama” me paralizaba; también pensar que lo que estaba haciendo era un libro. Ya tenía mi primer libro en la editorial en la que todos quieren estar y necesité bajarme de eso, no podía escribir desde ahí, ni para eso. Hubo como un crecimiento casi botánico; tuve que volver a mis poemitas, sin que el diminutivo sea peyorativo; trabajar textos cortos, ir creciendo con mi escritura de a poco. Así que publiqué el libro de cuentos, y después la novela la llevé a Interzona y la estuve trabajando mucho con el editor, Damián Ríos. Era una editorial con mucho prestigio pero más chica, y yo sabía que iba a estar con un seguimiento más personal. De a poquito fui contruyendo otro tipo de relación, más coherente entre lo que yo escribía y el mundo editorial. Si no, era una especie de cosa que quedaba como en el cosmos, allá arriba que no sabía bien cómo era. Y ahora estoy publicando en Emecé, es como que vuelvo a los grandes sellos, pero fue todo un camino.



Paz contra el joven escritor

“No me saco con vos la calentura/sino la soledad querida mía/el frío en la intemperie de este día/el hielo de nacer a la cordura”, se lee en un poema de Ramón Paz, que publicó sus Pornosonetos por Editorial Vox, Eloísa Cartonera, y también en la web. “Empecé a escribir con varios seudónimos. De alguna forma eso funcionó durante un tiempo para escribir con más libertad. Igual se van revelando de a poquito. De todas formas siento que eso lo escribió Ramón Paz. Uno se va metiendo en el personaje, lo mismo me pasa con otros nombres que uso en Internet. Podés escaparte de lo que yo llamo información de solapa. ‘Pedro Mairal nació en tal año y...’. Eso a veces te pesa, esa especie de figura de joven escritor sudamericano... ¿cómo hacés para escribir con eso encima? Más que para que te den un poco más de bola, no sirve para nada. Pero a la hora de escribir, solo, si pienso en “joven escritor latinoamericano”, cierro la computadora y me voy a tomar una cerveza. Los seudónimos son una forma de salir de eso y escribir con más soltura. Capaz que las cosas que escribo con seudónimo queden y el resto no. No importa igual.”

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