miércoles, 13 de enero de 2010

Incardona construye mitología

El campito”, por Juan Diego Incardona




Flavio Lo Presti



Con pocos datos, uno puede pensar que la intención de Juan Diego Incardona como escritor es dotar de una mitología al Gran Buenos Aires: el cuento que publicó en De Puntín (la antología sobre fútbol de la serie de Mondadori) era la evocación de un partido crucial contra un equipo de marginales albinos, contado en clave épica.

En El campito, su segunda novela, el Gran Buenos Aires se transfigura en un espacio maravilloso, gracias a una catarata de fantasía provista en parte por la literatura argentina (la rosa de cobre de Arlt se transforma en el jardín botánico del Buenos Aires oculto) y en parte por la propia imaginación de Incardona, alimentada por la cultura popular: en El campito una especie de Kwan Chan Kein vernáculo, el ciruja Carlitos, recorre los barrios narrando aventuras que lo enfrentan a monstruos fluviales (un Riachuelito igual al bicho de Host, la película del coreano Bong Joon-Ho), a monstruos terrestres (el esperpento, comandado a distancia por los Médicos del Hospital Militar) y a copiosos ejércitos que vienen a hacerles la guerra a los barrios justicialistas de Buenos Aires.

En parte esa mitología es una ficción de la propia vida, una mutación de la autobiografía. El depositario de estos relatos (y también el gestor de su éxito) es el propio Incardona (Juan Diego, en el relato) que tiene la sensibilidad suficiente para sentarse a escuchar a Carlitos mientras el viejo hace changas en Villa Celina. En tardes ociosas de Villa Celina, Moreno le cuenta al alter ego de Incardona y a sus amigos (pero después termina contándolo a todo el barrio, con micrófono incluso) la historia de los barrios secretos hechos a imagen de los “bustos peronistas”, Ciudad Evita, el Barrio Mercante, el barrio Finochietto, barrios de ubicación secreta en los que residen tribus míticas del peronismo: los enanos peronistas producidos por la contaminación, las Delegadas censistas, tribus perdidas y unidas por las Calles muertas.
Pero esa historia que despunta en incidentes menores se vuelve, a medida que avanzan los capítulos (orales, Carlitos es un aeda bonaerense), una gesta épica de los sectores justicialistas resistentes contra una avanzada de la oligarquía y el ejército argentino. En este punto, el relato (que parecía apoyarse en ecos de la literatura de Marechal y en fantasías enmarcadas como Las Cosmicómicas de Calvino) se transforma en algo así como en un híbrido del viejo escritor peronista con vetas de Tolkien y con algo de la aventura pueril de The Goonies: el relato descansa en los valores propios de las versiones más infantiles de la épica (la solidaridad en la adversidad, la amistad incondicional, expresadas en diálogos muy convencionales); la ingenua historia de amor entre marginales sostiene parte del suspenso; finalmente, el relato cae en la redundancia estructural propia de las narraciones de guerra: una pérdida acá, una ganancia allá, uno que otro desplazamiento y un final esperable.

La voluntad de dotar de una mitología estrictamente peronista a los elementos del relato (que es esencial al proyecto de la novela) se come la posibilidad de que la ficción aparezca. Sumando esto a la previsibilidad de la narración épica, El campito se vuelve una experiencia de no lectura, en la que nada verdaderamente extraño pasa y en la que cada transgresión, cada acto de imaginación aparece (a pesar del entretenimiento, la velocidad, la “mano” narrativa de Incardona) como un déjà vu.




Tomado de http://vos.lavoz.com.ar/?q=content/%E2%80%9Cel-campito%E2%80%9D-por-juan-diego-incardona-0

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