lunes, 26 de octubre de 2009

Uno de mis viernes

VIERNES

Empezaré el día de mañana acostándome a la madrugada luego de haber disfrutado de La maldición del Perla Negra y El cofre de la muerte que acabo de comprarme y pienso ver (por quinchicenteava vez) esta noche tirada a lo largo de mi sillón.
Me levantaré despacio, sin horario (o casi porque mi hijo Rafael tiene taller de historieta y yo taller literario en el Centro Cultural). Me tomaré dos o tres mates lentos, mientras acomodo algo en la cocina y me visto por partes. Luego dos o tres mates apurados mientras abro las puertas y portones, saludo a los perros, gatos y gatas, malvones, yuyos y árboles de brotes recientes.
En el taller me tocará escuchar lo que han escrito otros y otras que tiemblan más que yo al leer sus propias palabras, me tocará tranquilizarlos y decirles todo lo que vi en sus frases y en sus personajes, en sus adjetivos y en sus paisajes, me tocará recibir sus miradas agradecidas y sus sonrisas cómplices cuando no pueda evitar hablarles de lo que a mí también me pasa cuando escribo.
Por la tarde pienso mantener el tiempo a raya para que me alcance para jugar al Patrañas con mi hija e hijo, para avanzar con mi novela y con la de Jorge Amado. Lo ideal es moverse despacio y armoniosamente para que el domingo no llegue rápido y, si tiene que llegar, se quede quietito sin irse apurado hacia la nueva semana.

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