viernes, 2 de octubre de 2009

El espejo y la báscula, el altar y el reclinatorio

Existir para la mirada masculina*


Entrevista a Pierre Bourdieu


-A menudo se dice que una mujer que obtiene un cargo de importancia tiene que ofrecer mayores pruebas de excelencia que un hombre, como si debiera compensar con mil cualidades algún defecto.

En efecto, las mujeres que acceden a cargos de poder son "sobre-seleccionadas", se le piden más distinciones profesionales a una mujer que a un hombre para un cargo de dirección ejecutiva. También se les da mayores prestaciones sociales al inicio para no tener que acumular las desventajas. Así, casi necesariamente, ellas están más calificadas que los hombres que ocupan puestos similares, y su origen es más burgués. Lo mismo sucede con los ministros. Esto no deja además de plantear problemas en el debate sobre la paridad en política, pues se corre el riesgo de remplazar a hombres burgueses por mujeres todavía más burguesas. No se hace lo necesario para que esto cambie realmente: por ejemplo, un trabajo sistemático, sobre todo en las escuelas, para dotar a las mujeres de instrumentos de acceso a la palabra pública, a los puestos de mando. Sin ello, tendremos los mismos dirigentes políticos con sólo una diferencia de género.

-Para hablar de la mujer ejecutiva, ¿cuáles son las estrategias, a menudo inconscientes, que se utilizan para negarle legitimidad a su ejercicio del poder?

Se trata de mil pequeños detalles, basados todos en el postulado de que una mujer en el poder, una mujer que da órdenes, no es algo evidente, no es algo "natural". En la definición de una profesión hay también todo aquello ligado a la persona que la ejerce. Si está hecha para un hombre con bigotes y llega a ejercerla una jovencita con minifalda, pues ¡no está bien! Siempre faltará el bigote, la voz grave y sonora que conviene a una persona con autoridad: "¡Hable más fuerte, no se le oye!", ¿qué mujer no ha padecido esta exclamación en una reunión de trabajo? La definición tácita de la mayoría de los puestos de dirección supone una forma de levantar la cabeza, de modular la voz, seguridad, desenfado, el "hablar para no decir nada", y si ella habla con más intensidad de la cuenta, con seriedad o ansiedad, pues eso resulta inquietante. Sin analizarlo siempre, las mujeres resienten todo esto, a menudo en sus cuerpos, como una forma de estrés, tensión, sufrimiento, depresión...

-Y obviamente una mujer con fuertes responsabilidades profesionales deberá sacrificar alguna otra cosa...

Cierto feminismo ha concentrado sus críticas en el espacio doméstico, como si el hecho de que un marido lave los trastes bastara para suprimir la dominación masculina. Muchos fenómenos sólo se comprenden si ponemos en relación lo que sucede en el espacio doméstico y lo que se da en el espacio público. Se dice que las mujeres cumplen con dos jornadas de trabajo. Esa es la manera sencilla de explicar el problema. En realidad se trata de algo más complicado. En el estado actual de las cosas, la mayoría de las conquistas femeninas en el espacio doméstico deben pagarse con sacrificios en el espacio público, en la profesión, en el trabajo, y al revés. Si hacemos economía del análisis de esta articulación entre los dos espacios, nos condenamos a sólo tener reivindicaciones parciales, las cuales pueden conducir a medidas en apariencia revolucionarias y que en realidad son conservadoras. Todos los movimientos de dominados -la descolonización, los movimientos sociales- a menudo han obtenido así beneficios, pero con efectos perversos.

-Al otro extremo de la mujer ejecutiva, que ejerce un "oficio de hombre", hablemos de la enfermera. ¿Por qué y cómo se trata de un "oficio de mujer"?

Su pregunta me remite a la reflexión, espléndidamente tautológica, de una adolescente a la que una vez yo interrogaba: "¡Hoy en día no hay muchas mujeres que hagan oficios de hombres!" Los oficios de mujer se ajustan, por definición, a la idea que se tiene de ella, son los menos "oficios" de todos los oficios. Y es que los oficios verdaderos son oficios de hombre. Un oficio de mujer es un oficio femenino, es decir, subordinado, a menudo mal remunerado; y es finalmente una actividad donde supuestamente debe la mujer expresar sus disposiciones "naturales" o consideradas tales. En estadísticas que en Estados Unidos clasificaban las profesiones de acuerdo con el grado de feminización, la de enfermera ocupaba un primer lugar de la lista (la enfermera de niños estaría todavía más arriba). En efecto, ella satisface todos los requisitos: los cuidados, la atención, la entrega, la abnegación, etcétera. Es el oficio de mujer por excelencia. Sobre todo porque se ejerce en un medio extremadamente masculino. Los hospitales, sobre todo en Francia, están todavía dominados por una visión militar del mundo, un mundo muy jerarquizado... La visita del "patrón" es un ritual en el que se despliega esta jerarquía. Exactamente como un general que revisa sus tropas. El patrón es este personaje central, total, rodeado de mujeres, como conviene a las leyes de la distinción social.

-¿Es lo mismo ser femenina para una mujer ejecutiva que para una secretaria?

No, para nada. Los límites están ligados a la función. La directora ejecutiva debe ser mucho menos femenina que la secretaria, o más bien, debe serlo de manera muy distinta. Femenina, pero no demasiado, debe afirmar su autoridad conservando su feminidad, sometiéndose por ejemplo a las obligaciones de vestimenta a las que también los hombres se someten (cortes rígidos, colores sobrios), pero con una ligera sospecha de los detalles femeninos (la falda, el maquillaje tenue, la joya discreta, etcétera). Y como la sumisión se inscribe de modo muy profundo en el rol femenino, particularmente en lo sexual, la sumisión profesional que se le exige a la secretaria no plantea ningún problema. A menudo ésta se acompaña incluso de una sumisión inconsciente más completa, de la espera de una relación casi amorosa (o maternal).

-¿Pierre Bourdieu, para qué sirve la falda?

Es difícil comportarse correctamente cuando se lleva una falda. Si usted es un hombre, imagínese en una falda, más bien corta, y trate de ponerse en cuclillas, de levantar un objeto del piso, sin moverse de la silla y sin abrir las piernas... La falda es un corsé invisible que impone en los modales una atención y una retención, una manera de sentarse, de caminar. Tiene finalmente la misma función que la sotana. Llevar una sotana es algo que realmente transforma la vida, y no sólo porque uno se vuelve cura a los ojos de los demás. Se te recuerda constantemente tu estatus con ese trozo de tela que interfiere entre tus piernas, y que para colmo es una interferencia de tipo femenino. ¡No puedes correr! Todavía veo a los curas de mi infancia levantándose las faldas para jugar a la pelota vasca. La falda es una suerte de recordatorio. La mayoría de los dictados culturales sirven para recordar el sistema de oposición (masculino/femenino, derecha/izquierda, alto/bajo, duro/blando) en que se funda el orden social. Oposiciones arbitrarias que terminan por prescindir de justificativos y que se registran como diferencias de naturaleza. Por ejemplo, en el "Coge el cuchillo con la mano derecha" se transmite toda una moral de la virilidad, y en esa oposición entre la derecha y la izquierda, la derecha es "naturalmente" el lado de la virtus como virtud del hombre (vir).

-¿La falda es también un taparrabo?

Sí, pero eso es secundario. El control es mucho más profundo y más sutil. La falda muestra más que un pantalón, y es difícil de llevar justamente por lo que puede llegar a mostrar. He ahí toda la contradicción de la expectativa social respecto de las mujeres: deben ser seductoras y moderadas, visibles e invisibles (o en otro registro, eficaces y discretas). Hemos hablado mucho de este tema, de los juegos de seducción, del erotismo, de toda la ambigüedad de lo exhibido y lo oculto. La falda encarna muy bien todo eso. Un short es algo mucho más sencillo: oculta lo que oculta y muestra lo que muestra. La falda corre siempre el riesgo de mostrar más de lo que muestra. ¡Hubo una época en que bastaba vislumbrar un tobillo!...

-Usted menciona a una mujer que dice: "Mi madre jamás me dijo que no abriera las piernas"; y sin embargo, ya ella sabía que "para una joven" no era conveniente hacerlo. ¿De qué manera se reproducen las disposiciones corporales?

Las conminaciones en materia de buena conducta son particularmente poderosas porque se dirigen en primer lugar al cuerpo sin pasar necesariamente por el lenguaje o por la conciencia. Las mujeres saben sin saberlo que al adoptar tal o cual comportamiento, tal o cual vestimenta, se exponen a ser percibidas de tal o cual manera. Hoy, el gran problema de las relaciones entre los sexos es que existen contrasentidos, en particular de parte de los hombres, sobre lo que significa la vestimenta femenina. Muchos de los estudios consagrados a asuntos de violación han mostrado que los hombres ven como provocaciones actitudes que de hecho están conformes a una moda en la vestimenta. Muy a menudo las mujeres mismas condenan a las mujeres violadas con el pretexto de que ellas "se lo buscaron". Añádase a eso la parte judicial, la mirada de los policías, y luego la de los jueces, muy a menudo hombres... Se entiende que las mujeres vacilen en levantar una demanda por violación o por acoso sexual...

-¿Ser mujer es entonces ser percibida? ¿La mirada masculina hace a la mujer?

Todo el mundo se somete a miradas, pero esto con mayor o menor intensidad según las posiciones sociales y sobre todo según los sexos. En efecto, una mujer está más expuesta a existir a través de la mirada ajena. Por eso la crisis de adolescencia, que tiene que ver justamente con la imagen de sí que se brinda a los demás, es a menudo más aguda en las jóvenes. Lo que se describe como coquetería femenina (¡el adjetivo está de más!) es la manera de comportarse cuando se está siempre en peligro de ser percibido. Pienso en el trabajo notable de una feminista estadounidense a propósito de los cambios en la relación con el cuerpo que produce la práctica deportiva y en particular la gimnasia. Las deportistas se descubren otro cuerpo, un cuerpo para estar bien, para moverse, y no ya para la mirada de los demás, y en particular la de los hombres. Pero en la medida en que se liberan de la mirada, se exponen a ser vistas como masculinas. Es el caso también de mujeres intelectuales a las que se reprocha no ser lo suficientemente femeninas. El movimiento feminista ha transformado un poco esta situación al reivindicar el look natural, que como el black is beautiful, consiste en poner de cabeza la imagen dominante. Esto se percibe por supuesto como una agresión y suscita sarcasmos del tipo "las feministas son feas, todas son gordas"…

-Habrá que pensar que en aspectos tan esenciales como la relación de las mujeres con sus cuerpos, el movimiento feminista no ha triunfado...

Porque no ha llevado el análisis lo suficientemente lejos. No ha medido bien el ascetismo y las disciplinas que impone a las mujeres esta visión masculina del mundo por la cual navegamos todos y a la que no cuestionan lo suficiente los señalamientos generales al "patriarcado". En La distinción mostré que las mujeres de la pequeña burguesía, sobre todo cuando pertenecen a las profesiones de "representación", invierten mucho tiempo y dinero en cuidados corporales. Estos estudios muestran que las mujeres están, por lo general, muy poco satisfechas con sus cuerpos. Cuando se les pregunta qué partes les gustan menos, son siempre aquellas que les parecen demasiado "grandes" o demasiado "gordas"; los hombres, por el contrario, se muestran insatisfechos con las partes de su cuerpo que consideran demasiado "pequeñas". Y es que todo mundo da por sentado que lo masculino es grande y lo femenino pequeño y delicado. Si a esto añadimos los cánones, cada vez más estrictos, de la moda y de las dietas, comprenderemos entonces cómo el espejo y la báscula han substituido, para las mujeres, al altar y al reclinatorio.

(*Entrevista realizada por Catherine Portevin. Tomado de la revista francesa Télérama. Julio-agosto, 1998. )

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