domingo, 13 de septiembre de 2009

Mirliton en el Cervantes


Domingo, 13 de septiembre de 2009
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MIRLITON, EL NUEVO ESPECTACULO DE LOS MUSIQUEROS, DIRIGIDO POR JAVIER MARGULIS

Cualquiera puede hacer un instrumento

Para celebrar su vigésimo quinto aniversario, “los Luthiers para chicos” decidieron actuar además de tocar, por lo que convocaron al director para montar la obra. En ella conviven la chacarera, el rock, el son, la baguala y los ritmos africanos.

Por Sebastián Ackerman
En Mirlitón, además de tocar los instrumentos que inventan, Los Musiqueros se animan a actuar.

Los Musiqueros cumplen 25 años sobre los escenarios y, para festejarlo, decidieron cambiar de formato: los Luthiers de la música para toda la familia habían hecho siempre el típico recital, pero ahora además decidieron actuar. Y para elaborar la obra convocaron a Javier Margulis, que –a partir de los temas que el grupo quería tocar– escribió Mirlitón. “A mí no me importa tanto la historia que se cuenta, esa narración lineal típica del teatro. Me interesa más que ocurran cosas que te entretengan y que haya una idea más conceptual de la obra”, explica Margulis a Página/12. “La idea de que la música se puede hacer con cualquier cosa fue trasladada al teatro, porque la escena donde ocurre el espectáculo es un teatro lleno de los elementos que hay de otras obras. Entonces, el espectáculo ocurre entre bastidores de otros espectáculos que, cuando la luz los une, se convierten en distintos escenarios”, cuenta sobre el espectáculo que se presenta los fines de semana a las 16 en el Teatro Cervantes (Libertad 815).

Desde sus orígenes, el grupo creó sus instrumentos: la investigación de sonoridades y los mecanismos por los cuales funcionan fueron base de su trabajo artístico. Pero, para Margulis, hay diferencias entre Les Luthiers y Los Musiqueros, aunque el punto de partida del trabajo sea similar. “Les Luthiers tiene una propuesta humorística por sobre la de producir los instrumentos; la de Los Musiqueros es que con cualquier cosa se puede fabricar un instrumento. Y que cualquiera puede hacerlo”, y ejemplifica: “Con medio mate, un piolín y una cucharita de helado, suena como las castañuelas; o un tubo de PVC cortado en ángulo y un cuellito de globo y hacen un saxo. Con esto Los Musiqueros dicen que la música está en todas partes, y que con cualquier cosa se puede hacer música. Y esto está como leit motiv del espectáculo.” Por eso, Margulis intentó, desde la escritura y la dirección, mantener esa idea para el “hecho teatral”: “De lo que se trata es de utilizarlo de manera parecida al armado de los instrumentos. Se puede hacer teatro o armar un instrumento musical con muy poco. Esa es la idea”, cuenta.

El nombre de la obra es el de un instrumento sencillo, también llamado kazu, que amplifica la melodía que está interpretando el ejecutante. “Nosotros usamos la palabra ‘turututear’, porque no hay que soplar... Es un tubo que tiene un agujerito y una membrana, y eso amplifica el sonido”, detalla Margulis, y afina aún más la idea: “Como el famoso peine con el celofán”. Cuando las personas entran en la sala, se les entrega un mirlitón a cada una para que puedan acompañar, cuando se les pida desde el escenario, distintos momentos de la obra, que recorre composiciones tan diversas como una canción de cuna irlandesa, chacarera, canciones africanas, baguala, rock and roll y son cubano. Y si bien la obra no tiene el típico desarrollo lineal de los espectáculos para chicos, sí tiene un “hilván conceptual”, asegura Margulis, estructurado a partir de una sorpresa al principio de la obra, que prefiere reservar para la sala: “No lo cuento porque es la excusa que permite que sigamos el desarrollo de las canciones”, afirma.

La apuesta es fuerte: hacer de un recital un relato basado en canciones de diversos ritmos y orígenes que, sin embargo, no sea una mera acumulación, sino que tenga una estructura que recorra todo el espectáculo. “No hay una obra de teatro en Mirlitón”, polemiza Margulis, y aclara: “Al menos, no en el sentido habitual de las obras de teatro, ni siquiera de las comedias musicales. La sorpresa inicial no concluye... El espectáculo tiene una línea energética, los ritmos de las canciones son los que manejan la dinámica del espectáculo”. Y compara: “Sería un recital como los de los casinos de Las Vegas, un grupo musical con mucho vestuario, despliegue... Los Musiqueros cantan, bailan, se mueven, hay una gran variedad de instrumentos que aparecen y desaparecen... La magia de la escena está presente. Y los números son las canciones, porque encontramos la manera de hilvanar la chacarera con la música africana”.

¿Qué diferencias hay entre trabajar sabiendo que en la platea habrá un público adulto o uno mayormente infantil? Para el director, la principal es qué busca en esa platea: mientras que en el adulto propone reflexión, para los chicos el objetivo es que participen del hecho estético “siendo espectador”. “Eso es suficiente. Si es capaz de estar una hora viendo algo que se le muestra, solamente por eso está siendo transformado por ese hecho. No necesita elaborar más allá. El adulto sí, porque si bien me interesa que le pasen cosas, conmoverlo, también quiero que use su capacidad de racionalizar. A mí me gusta que me pase eso... Y también que me pase nada más que esto que me pasa con la propuesta del teatro infantil. A mí (Hugo) Midón me gusta mucho, disfruto mucho más de todo lo rítmico–musical–plástico que de lo ideológico, porque me parece que, si bien toda obra tiene un contenido ideológico, no hace falta poner el acento en eso”, analiza.

Muchas veces sucede que este tipo de obras son la primera experiencia que tienen los chicos de ir al teatro, y eso puede ser recordado toda la vida. Para Margulis es importante que los más chiquitos tengan la experiencia del teatro. De entre los rincones de su memoria, el director rescata su primer recuerdo de ese “hecho teatral”, cuando tenía 6 años. “El Teatro Colón hacía temporada de verano en el Parque Centenario. Me acuerdo de que el cielo estaba estrelladísimo, que subí unas gradas altísimas y que de repente vi una caja negra, inmensa, y la orquesta abajo afinando los instrumentos. Se abrió el telón y había un paisaje japonés, porque presentaban Madame Butterfly. Yo veía todo: el cielo, los límites de ese mundo, podía meterme en esa caja y ver el universo ahí adentro. Para mí fue maravilloso y me marcó no sólo en mi relación con el teatro, sino también mi mirada acerca de la realidad.”


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