sábado, 30 de mayo de 2009

Divorcio

El lunes 11 de mayo firmé mi acta de divorcio. De común acuerdo. Gustavo, el padre de mis hijos e hija, estaba ahí. Por fin había logrado llegar a un audiencia en horario y con su abogado. Firmamos ambos. Sin mirarnos, sin cruzar palabra. Él con la mandíbula trabada por vaya una a saber qué y yo con una sonrisa de alivio que sólo entendía mi abogada y amiga.
Creí que ya no me afectaba. Pero esa noche soñé que mi exmarido, el que fue el amor de mi vida, al que llamè mi Gus desde los 17 años, quien me causó como mayor dolor en la vida, la sensación mortífera de dejar de amar lenta e irremediablemente, soñé, reparadoramente, que él me llamaba por teléfono a casa yme decía llorando lo que desde que nos separamos hace diez años estoy esperando oir: que le duele que todo haya salido tan mal, que no fue mi culpa, que él se siente trsite y dolorido por haberme perdido, por no haber sabido valorar todo lo que le di.
Fue un sueño, nada más.

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