martes, 1 de julio de 2008

Romance de la linda Melisenda

ROMANCE DE LA LINDA MELISENDA


Todas las gentes dormían
en las que Dios había parte;
mas no duerme Melinsenda,
la hija del emperante,
que amores del conde Ayuelos
no la dejan reposar.
Salto diera de la cama
como la parió su madre,
vistiérase una alcandora
no hallando su brial,
vase por los palacios
donde sus damas están.
Dando palmadas en ellas,
las empezó a llamar:
–¡Si dormides, mis doncellas,
si dormides redordad!
Las que sabedes de amores
consejo me querais dar;
las que de amor no sabedes
tengádesme poridad,
que amores del conde Ayuelos
no me dejan reposar.
Allí hablara una vieja,
vieja es de antiguedad:
–Mientras sois moza, mi fija,
placer vos querades dar;
que si esperáis la vejez
no vos querrá un rapaz.
Desque esto oyó Melisenda
no quiso más esperar,
vase a buscar al conde
a los palacios do está;
a sombra va de tejados,
que no la conozca nadie.
Encontró con Hernandillo,
el alguacil de su padre;
desque la vido ir sola
empezó a santiguare:
–¿Qué es aquesto, Melisenda,
esto que podría estar?
¡O vos tenéis mal de amores,
o os quereis loca tornar!
–Que no tengo mal de amores,
ni tengo por quien penar;
mas cuando yo era pequeña
tuve una enfermedad,
prometí tener novenas
allá en San juan de Letrán:
las dueñas iban de día,
doncellas agora van.
Desque eso oyera Hernandillo
puso fin a su hablar.
La infanta mal enojada,
queriendo dél se vengar:
Prestásesme ora, Hernando;
prestásesme tu puñal,
que miedo me tengo, miedo
de los perros de la calle.
Tomó el puñal por la punta,
los cabos le fuera dar;
dióle ella tal puñalada,
que en el suelo muerto cae.
"Ahora vete tú, Hernandillo,
y cuéntale al rey mi padre."
Y vase para el palacio
a do el conde Ayuelos está.
Las puertas halló cerradas
no encontró por dónde entrar;
con arte de encantamiento
ábrelas de para en par;
siete antorchas que allí arden
todas las fuera a apagar.
Despertado se había el conde
con un temor atan grande:
–¡Ay, válasme, Dios del cielo
y Santa María su madre!
¿Si eran mis enemigos
que me vienen a matar,
o eran los mis pecados
que me vienen a tentar?
La Melisenda, discreta,
le empezara de hablar:
–No te congojes, señor,
no quieras pavor tomar,
que yo soy una morica
venida de allende el mar.
Mi cuerpo tengo tan blanco
como un fino cristal;
mis dientes tan menudicos,
menudos como la sal;
mi boca tan colorada
como un fino coral.
Así fablara el buen conde
tal respuesta le fue a dar:
–Juramento tengo hecho,
y en un libro misal,
que mujer que a mí demande
nunca mi cuerpo negalle,
si no era a la Melisenda,
la hija del emperante.
Entonces la Melisenda
comenzóle a besar
y en las tinieblas oscuras
de Venus es el jugar.
Cuando vino la mañana
que quería alborear,
hizo abrir las sus ventanas,
por la morica mirar;
vido que era Melisenda,
y empezóle de hablar:
–¡Señora, cuán bueno fuera
a esta noche me matar,
antes de haber cometido
aqueste tan grande mal!
Fuérase al emperador
por habérselo contar;
las rodillas por el suelo
le comienza de hablar:
–Una nueva vos traía
dolorosa de contar;
mas catad aquí la espada
que en mi lo podréis vengar;
que esta noche Melisenda
en mis palacios fue a entrar;
díxome que era morica,
morica de allén la mar,
y que venía conmigo
a dormir y a folgar.
¡Y entonces yo desdichado
cabe mí la dexé echar!
Allí fabló el emperador,
tal respuesta le fue a dar:
–Tira, tira allá tu espada,
que no te quiero fer mal;
mas si tú la quieres, conde,
por mujer se te dará.
–Pláceme –dixiera el conde–,
pláceme de voluntad,
lo que vuestra alteza mande
veisme aquí a vuestro mandar.
Hacen venir un obispo
para allí los desposar;
ricas fiestas se hicieron
con mucha solemnidad.


(¡Cómo me gusta ella: su insomnio, su pedido de consejo, su decisión, su magia, su mentira, su deseo! ¡Qué nabos me parecen el conde y el rey! Dice Ramón Menéndez Pidar que esta aventura de mujer que entra a escondidas en lecho de hombre que al reconocerla se apena se repite en muchas "Chanson de geste", Cantares de gesta, de aventuras del Medioevo. Después dicen que la crisis de la masculinidad es el mal de nuestros últimos años...)

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