sábado, 30 de abril de 2022
miércoles, 27 de abril de 2022
Las diferencias entre perres y gates
Todes tienen en casa sus tachos libres de comida y agua en lugares estratégicos: Mientras la gata sale corriendo por la ventana luego de haberse trepado mal a la heladera y de un manotazo revoleado su balanceado por toda cocina, mis dos perritos-amor me dicen: "Mami, ni te preocupes con la escoba, nosotros te dejamos todo limpito a fuerza de lengua". Y se divierten, sin pelearse ni amontonarse, como danzando, comiéndose hasta los que cayeron detrás del barril o de los cajones.
domingo, 24 de abril de 2022
Un discurso que no pida perdón
LETRAS
Marta Sanz: "Soy una trabajadora autónoma autoexplotada"
8 marzo, 2018 01:00Marta Sanz. Foto: Lisbeth Salas
La escritora indaga en distintos tipos de relaciones sentimentales en Amor fou, una novela que Anagrama reedita este mes y que ya en 2004 ponía el foco en asuntos que, como sociedad, "no teníamos ganas de escuchar", como la aporofobia o la precariedad laboral. Hablamos con ella de estos y otros temas recurrentes en su escritura, como el cuerpo femenino entendido como "campo de batalla en el que las violencias, que todos padecemos, se redoblan", asunto central de su libro más reciente, Clavícula.
Dos años antes de quedar finalista del Premio Nadal con Susana y los viejos y una década antes de ganar el Herralde con Farándula (mejor novela de 2015 según los críticos de El Cultural), Marta Sanz estuvo a punto de abandonar la literatura. Acababa de escribir Amor fou, una novela cuyos derechos compraron tres editoriales que al final no la publicaron. La escritora no entendía qué estaba ocurriendo. "Me hice una autocrítica salvaje, me destrocé", confiesa la escritora. "Luego me di cuenta de que todos hemos de encontrar ese punto intermedio que está entre la seguridad en el proyecto personal y la permeabilidad a las críticas o los silencios ajenos". Finalmente, Sanz regaló el texto a una editorial estadounidense, La pereza, la publicó en 2013. Ahora Anagrama ha reeditado y publica el próximo 28 de marzo esta novela que indaga en distintos tipos de amor y que por el camino habla de muchas cuestiones que en 2004, como sociedad, "no teníamos ganas de escuchar".
"Ahora, con la prespectiva que dan los años, entiendo que Amor fou es una novela honesta que habla de lo desnudo que iba el emperador en un momento de nuestra historia en el que se suponía que habíamos alcanzado el mejor de los mundos posibles. En este texto, ya en 2004, se hablaba de aporofobia, de los límites del estado de derecho, de las cuentas pendientes de la Transición con el asunto de la memoria y con la depuración de las fuerzas de seguridad del Estado, del huevo del escorpión y de la penalización del compromiso político, de la apertura en las costumbres sexuales y en el ocio como fórmula para el encubrimiento de la vulneración de otros derechos fundamentales, de la vigilancia y de otras violencias políticas y económicas. De un patriotismo que se confunde con la hipertrofia de las banderas y se olvida de las pensiones, la vivienda o la justicia social. De algún modo, Amor fou hace visibles algunas zonas oscuras de la Transición, pero no impugna la totalidad. Porque yo, como ciudadana, valoro la Transición española, pero también soy consciente de que no se puede abordar desde el habitual relato mítico".
Pregunta.- ¿Qué tipo de cambios ha hecho en esta nueva versión de la novela?
Respuesta.- Sobre todo, son cambios estilísticos que se relacionan con el ritmo y la textura de la prosa. Soy escritora y soy muy exigente con el lenguaje, porque creo que en los textos literarios el modo de decir es lo que se está diciendo. Desde otro punto de vista, en esta nueva versión no hay cambios estructurales de consideración. Amor fou sigue siendo una novela en la que el diario escrito de un hombre, que recupera el pasado, rebota en el pensamiento presente de una mujer. El amor y el resentimiento empastan las dos voces en un relato que, como sucede en muchos de mis libros, entremezcla elementos del género negro con la crueldad extrema de los cuentos de hadas.
P.- En esta novela la protagonista, tras rehacer su vida, es asaltada por una antigua relación en la que el amor era una guerra, un cúmulo de sentimientos donde cabe el rencor, la condescendencia, el abuso de poder, el egoísmo, la sumisión… ¿Eso es el amor? ¿El amor idílico que nos han vendido como verdadero es una construcción cultural irreal?
R.- Amor fou es un texto que dialoga con mi primer libro, El frío. En este primer libro se retrataba una relación vampírica en la que el deseo era una enfermedad y el afecto un modo malsano de dependencia. El amor se abordaba desde los esquemas del romanticismo y se vinculaba con la pulsión de muerte, las abducciones y la autodestrucción. Como si los amantes nos tuviésemos que forzar para responder a una ideología erótica, invisible y destructiva, que en realidad nos hace infelices, nos mata y se relaciona con el machismo. En Amor fou se plantea la posibilidad de un amor solidario. Un amor basado en la compañía, la comprensión, la empatía emocional e intelectual. Un amor sin esfuerzo que hace que los años al lado de una persona pasen sin sentir, sin dramatismos, ni vestiduras rasgadas. Un amor mucho más bueno que ese otro amor comercial y histérico que ahora encaja muy bien con los mercados eróticos y sentimentales del neoliberalismo. En Amor fou el título es obviamente irónico, porque se trata de apuntalar el buen amor en la época del amor loco. Del amor del consumo y del amor que consume. Me interesa mucho la idea de estrechar los vínculos fuertes del amor y la política en la era de los eslóganes, la fragilidad, el vértigo y la percepción del compromiso como pesantez obsoleta.Las mujeres nos sentimos enfermas porque la presión psicológica y social que soportamos redunda en nuestra salud"
P.- El amor también es aquí una cuestión corpórea, con cicatrices que recuerdan el dolor padecido. El carácter físico de las emociones es un tema recurrente en su obra que también aparece en otros libros como Clavícula. ¿Recuerda cuándo se le ocurrió por primera vez esta asociación entre dolencia física y dolencia emocional e incluso social? ¿Cree que las mujeres padecen en mayor medida que los hombres esta conexión?
R.- Tengo la sospecha de que yo casi siempre he escrito interiorizando la metáfora de que el cuerpo es un texto y, a su vez, el texto es un cuerpo. De ahí ciertas selecciones léxicas que me llevan por los campos de la escatología, la patología y la anatomía. Pienso que esto es así precisamente porque el cuerpo de las mujeres -en plural- es un campo de batalla donde las violencias, que todos padecemos, se redoblan. Nuestras diferencias se convierten en desventajas tanto en el espacio público como en el privado, y nuestros esfuerzos, nuestra autoexigencia y nuestro miedo a no cumplir las expectativas se convierten en enfermedades reales. No son respuestas hipocondríacas. No son nervios. Son enfermedades. Cuando escribí Clavícula, me di cuenta de que no podía separar el dolor físico del psicológico y del social; que la ansiedad y la angustia que me generaban mis miedos estaban en estrecha relación con el hecho de que soy una trabajadora autónoma autoexplotada que pertenece el precarizado mundo de la cultura y que además es una mujer. Y las mujeres somos las primeras en sufrir la pobreza, las primeras en ser despedidas y las primeras en angustiarnos por no cumplir con unas expectativas sociales y laborales que, como apunta Mary Beard, nos deberían hacer cambiar el concepto de "poder". Las mujeres nos sentimos enfermas porque la presión que soportamos desde un punto de vista psicológico y social redunda en nuestra salud. El asunto de que la medicina sea aún un relato heteropatriarcal tampoco es una cuestión menor, igual que no lo es el hecho de que la enfermedad nos empobrece porque no podemos trabajar. Es un círculo vicioso que ratifica la necesidad de defender lo público. Con uñas y dientes. La excelencia de nuestra sanidad pública.
La metáfora de la carne
P.- Descarnado, desnudo, impúdico… Son algunos adjetivos empleados en entrevistas y críticas al hablar de Clavícula. ¿Esta exposición cruda de la intimidad nació de manera espontánea al escribir el libro o se trata de una herramienta deliberada?R.- Nace de manera espontánea y poco a poco se convierte en algo deliberado. Cuando comienzo a escribir Clavícula lo hago con el objetivo de poner orden, a través de la escritura, en la experiencia desestructurante de mi dolor. Poco a poco, me percato de que los asuntos sobre los que estoy haciéndome preguntas conciernen a muchas otras personas. Que mi dolor no es singular ni excéntrico, sino que se vincula con unas condiciones de vida compartidas con los miembros de mi comunidad. En ese punto, la escritura terapéutica se convierte en escritura literaria y la conciencia del otro me lleva a trabajar el texto de una manera más respetuosa para con los lectores. La cadena comunicativa de la literatura se cierra en el lector, que se apropia de texto. Yo escribo desde esa conciencia y desde la creencia de que la literatura consiste en contar una cosa a través de otra: a través de la metáfora de la máscara o a través de la metáfora de la carne, que es la que yo elegí en Clavícula. Esto me lleva a ser crítica con el concepto de literatura edificante. No creo que se deba censurar ninguna propuesta artística. No creo en las mordazas ni en la adaptación de los cuentos infantiles. El tipo de pensamiento que propicia la lectura literaria me parece que se relaciona con la capacidad del que lee para descubrir que se esconde por detrás lo explícito. El arte no es literal, aunque sea ideológico. No es modélico. Desencadena el pensamiento y amplía la visión del mundo a veces gracias a imágenes insoportables o subversivas.
»También pienso que las ficciones son verdad, porque las metabolizamos y pasan a formar parte de nuestra concepción del mundo -el romanticismo, los modos de besar, el reparto de tareas- y que la escritura autobiográfica, pese a partir de una aproximación no escéptica hacia el lenguaje, hacia su capacidad para perfilar o aproximarse a lo vivido o lo temido, trabaja con el prejuicio de que el lenguaje no es una herramienta limpia, sino manchada de historia. El lenguaje es un filtro que nos ayuda a ver en la misma medida que empaña el objetivo de nuestra cámara. Me interesan los libros que quiebran o replantean asociaciones discutibles: mentira y ficción, autobiografía y verdad, verosimilitud y justicia…
Las mujeres somos las primeras víctimas de la precariedad, del empobrecimiento y de la violencia íntima y pública
P.- En el prólogo de Amor fou, Isaac Rosa dice creer que usted se hizo novelista por la misma razón que su personaje Arturo Zarco se hizo detective: que el mundo no está loco sino que todo se rige por relaciones de causa-efecto que se pueden desentrañar. ¿Está de acuerdo con eso? ¿Se identifica con la figura de una detective o, más bien, y por seguir con la metáfora de las dolencias, con una doctora encargada de diagnosticar los males de su tiempo?
R.- Yo soy una mujer que escribe y que, un día detrás de otro, practica su oficio para merecerse el nombre de escritora. Cuando leo, a veces me pongo el traje de buzo, el de espeleóloga o el de detective para intentar escarbar por debajo de las superficies, los espejos y los escaparates de nuestro mundo. Cuando leo, de algún modo, estoy escribiendo. Y, en los dos casos, indago sobre las cuestiones que me duelen, sobre lo que no entiendo o sobre esos otros asuntos en torno a los que se ha formado una costra de falsa complejidad. Me parece que trabajo con el lenguaje para siluetear los fantasmas de todo lo que ya no vemos porque nos parece natural y sin embargo nos pincha: por ejemplo, la idea de que el más rico es el que más ha trabajado o de que, cuando los de arriba ganan, por la teoría del goteo, ganamos todos. Estafas.
P.- Entre los temas de su literatura ocupa un lugar destacado la reflexión sobre la situación política, social y económica de las mujeres. ¿El mundillo literario es más o menos machista que otros ámbitos? ¿Cómo suele manifestarse ese machismo?
R.- La literatura no es una burbuja al margen del resto de la realidad. En la ideología invisible habita un machismo que permea todos los espacios públicos e íntimos. En el campo de la literatura, las escritoras somos acusadas de soberbia o prepotencia en cuanto articulamos un discurso reflexivo que no caiga en la falsa modestia o no juegue a la inseguridad. Un discurso que no pida perdón. Tenemos que ser comedidas. Tenemos que molestar lo mínimo posible. Luego hay reacciones y comentarios menos intelectuales que no voy a reproducir aquí pero que consisten en descalificarnos aludiendo a nuestro aspecto físico o a nuestra disponibilidad sexual. Es lastimoso que lo que en un hombre es un valor en una mujer sea un defecto: curiosidad, ambición, capacidad para hablar en público, racionalidad, sentido organizativo, inquietud sexual y afectiva, intrepidez, imaginación, creatividad... Todos estos atributos, aplicados a las mujeres, suelen premiarse con apelativos como marimacho, marisabidilla, guarra, egoísta, temeraria, fría, calculadora, dominante, loca.
P.- ¿Cree en la utilidad de la huelga del 8 de marzo?
R.- Sí. Porque a mí me cuesta mucho separar la variable de género y de clase, y las mujeres somos las primeras víctimas de la precariedad, del empobrecimiento y de la violencia íntima y pública. Cobramos menos, tenemos un techo de cristal sobre la cabeza, nuestra tasa de paro es más alta. Lo tenemos todo más difícil, braceamos más para llegar a nuestro destino y eso nos lleva a la frustración y a la enfermedad. A las mujeres nos matan y nos culpan de habernos matado. Por provocadoras. Y siguen funcionando estereotipos reduccionistas que simplifican la complejidad y las circunstancias de cada mujer: somos o santas o putas, princesas guisante o abanderadas de la abnegación y el sacrificio, mujeres de familia o eficientes y competitivas mujeres de empresa. Yo no me siento cómoda dentro de esos trajes e intento practicar un feminismo autocrítico en el que procuro no decirle a nadie lo que tiene que hacer para que cada quien ejerza su margen de decisión, libertad y responsabilidad reflexionando sobre de dónde provienen sus deseos. Porque a menudo nuestros deseos, como señalaba Pierre Bourdieu, provienen de una expectativa masculina que hemos asumido como propia. El 8 de marzo es un día magnífico para la denuncia, la celebración, la solidaridad y la reivindicación de la palabra feminismo. Tanto por parte de las mujeres como de los hombres.
Acabo de terminar Un detective no se casa jamás y amo a Marta Sanz: ya quiero la 3
3
Marta Sanz cierra la trilogía del detective Arturo Zarco diseccionando los relatos sobre la memoria: una novela negra que prolonga la posibilidad de la novela política.
Paula Quiñones llega a Azafrán para localizar fosas de la Guerra Civil. Nada más poner su pie cojo en el pueblo siente que el cielo se encapsula sobre ella y una goma invisible tira de su cuerpo para alejarla de su destino: el hotel de los Beato, ubicado junto a un cartel en el que se lee «Azufrón». Ese verano Paula mantendrá correspondencia con Luz, suegra del detective Zarco y, junto con él, uno de los personajes principales de Black, black, black: le contará sus amores con David Beato en un hermoso jardín. También le descubrirá sus temores respecto a la existencia de un delator y le relatará las leyendas familiares que alimentan el estómago del hotel. Mientras tanto, Analía, madre de David, cuida amorosamente de Jesús Beato, dulce patriarca que acaba de cumplir un siglo, y atiende a los mensajes que este le sopla al oído… Y, con Zarco ausente, viviendo las peripecias de Un buen detective no se casa jamás, una atmósfera gelatinosa y endogámica amenaza con aplastar a Paula. El western expresionista se enturbia hasta llegar al extremo de un terror habitado por animales que podrían hablar pero permanecen mudos; una niña que quiso ser cantante y peona caminera; y una famélica legión, sarcástica y piadosa, putrefacta y descacharrante, de fantasmagóricos niños perdidos y mujeres muertas que reclaman, contra el signo de los tiempos, «lea despacio…».
En un homenaje a Hammett y Rulfo, a Peter Pan y Alicia en el País de las Maravillas, Sanz disecciona los relatos sobre la memoria. La escritura escarba fuera y dentro, a vista de lombriz y de águila, antes y después, en un magnífico trabajo con el punto de vista que no abole la noción de Historia. pequeñas mujeres rojas prolonga la posibilidad de la novela política: las voces de la ficción amplifican los miedos de quien toma la palabra y escribe, de modo que todas las voces son la misma y, a la vez, esa sola voz integra una polifonía de ecos, jadeos, gritos, carcajadas, psicofonías y onomatopeyas para imponer silencio: «Chissss.» Las voces se funden en un fresco sobre la violencia, económica y cultural, que se encarniza contra el cuerpo de mujeres que, rotas, no son hermosos fetiches, sino carne que duele. Sanz muestra, a través del estilo, su sistema nervioso personal: plantea una aproximación bella y extrema al lenguaje para visibilizar lo obsceno, lo cruel, lo que no se nombra, a través de marcos no estereotipados, subversivos, juguetones, libres. Puro barroco rojo contra la anorexia intelectual.
Con pequeñas mujeres rojas se cierra la trilogía del detective Arturo Zarco, un prisma en el que unos textos se transparentan en otros. Memoria del cuerpo y cuerpo de la memoria en los tiempos de una ultraderecha, local y universal, que nunca se marchó. Ni esta novela ni sus hermanas son ortodoxamente negras, y, sin embargo, son más negras que el betún.
Ahora quiero cantar y tocar todo el repertorio de Miguel de Molina
Miguel de Molina al desnudo: En Teatrix pero creo que también está en youtube. Me encantó porque me encanta el teatro que juega con "la cuarta pared" y me gustan las narraciones cantadas y me encanta Miguel de Molina en todas sus versiones y el mundo del flamenco y de los maricones que no se dejan llamar mariquitas sino que lo llevan con todas las plumas (las blusas en este caso). Además estuvo genial el recurso del muerto que habla (porque me encanta verlos volver y opinar sobre nuestra época: genial la referencia a las marchas del orgullo). También me encantan las tramas de a dos como "al limón" y si es con músico (esta vez, pianista) mucho mejor. Además el actor canta divino y me emocionó un montón con sus desvíos en la narración, en el labial y en el baúl del que surgían las blusas y los recuerdos.
Mi nueva casa
Hace tres días que está decidido pero todavía no me animo a afirmarlo. Muches me dicen que dirija hacia ella mis energías positivas, que piense que sí va a ser para que se concrete. Pero odio eso de los automandatos y mucho menos eso de "decretar" que algo sucederá. Tampoco me tengo mucha fe con la potencia del deseo así tan conductista.
En cambio, sé que la casa me gusta, que hace una semana publiqué aquí mismo que es una casa "como yo", que ya la vio Florencia y Rafa y Julián y aprobaron, que a Magda por video también "le vibra" esta, que Rocío y abogades de Flor y del propietario están trabajando para completar papeleo y concretar. Eso me pone un poquitín nerviosa, pero ya no tanto como el verano pasado. Pienso más en el pedorro "si tiene que ser será" y trato de poner más alegría que fuerza. Me gusta la gente que me dice "Te merecés cada centímetro".
Salgo de la cama para escribir
Es domingo y no tengo planes con nadie. Antes incluso de tomarme la pastillita y desayunar, tranplanto una plantita que parece que no estaba a gusto en ese macetón. Y junto los soretes de los perros que, después de años de escuchar discutir a Rafael y Magdalena sobre modos, tiempos y responsables, me parecen un resto de cuerpas ajenas que acomodo y nada más.
Todo mi movimiento matinal me trae acá: porque soy escritora, porque escribir es mi trabajo, mi pasión y mi vocación. (Iba a decir "lo que hago bien" pero me arrepentí pero lo digo y me hago cargo).
No tengo ninguna idea urgente ni postergada en la cabeza. Vengo a someterme a la magia de eso de "que la inspiración nos encuentre trabajando".
sábado, 23 de abril de 2022
Me encanta que se me cumpla eso de "cosecharás tu siembra"
Yo que no tuve infancia amo darme el lujo, ahora, de ser una vieja infantiloide.
Osito y otres gates multiespecie
Teníamos a Kiki la pantera, a Ines la sarigueya, vino Tigrilla y ahora este marroncito que creo que es macho y tiene cara de Osito. Porque somos multiespecies y se nos mezcla Tierra de osos con La era del hielo.
Las estaciones del yo
La soledad, el miedo y la vejez como motores de la poesía de Cristina Piña
En su nuevo libro de poemas, la autora desafía al poder, la soledad y el miedo a la muerte con un archipiélago de textos donde coexisten la sátira, la melancolía y el júbilo.
22 de abril de 2022 - 01:11
Desde un poema satírico dedicado al deseo masculino (“pulsátil, fofo, pantanoso”) hasta una serie de acuarelas líricas captadas durante una temporada de verano en el delta del Paraná, pasando por diatribas contra intelectuales y políticos locales, el nuevo libro de la escritora, traductora y profesora Cristina Piña (Buenos Aires, 1949) sorprende, entretiene y emociona. Estaciones del yo es el 14° poemario de la autora de Oficio de máscaras y La grande belleza, por mencionar el primero y el anteúltimo título de su obra poética. Piña es conocida además por Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito, coescrito con Patricia Venti y publicado en 2021.
Los 64 poemas del libro se distribuyen en tres estaciones: los “poemas de la ira” (invierno), los del delta del Paraná (verano) y los cuatro hermosos textos de “Mester de poesía”, que corresponden al otoño y en los que la soledad, el miedo y la vejez se reivindican como motores secretos de la escritura. En “De vuelta de las cosas”, la voz poética –por no decir directamente Cristina Piña– dialoga con la poeta y filósofa española Chantal Maillard: “El miedo entonces, Chantal, / como puntazo que nos obliga a escribir / para colmar la distancia / entre el mundo y vos / entre el mundo y yo / lapicera que acorta ese trayecto / o lo resalta más”. En cierto sentido, se puede decir que Piña es una escritora que “está de vuelta de las cosas / con las manos manchadas / por la tinta del tiempo”, dispuesta a medirse con la “Parca Puta”, la ley paterna o el miedo.
Aunque la muerte es una presencia evidente en Estaciones del yo –por ejemplo, en el arrabalero “Consejos a Rilke (Tango)” y “Esas muertes de mierda” – la mayoría de los poemas fueron escritos antes de la pandemia. “Puedo decir que es un libro de 2018, ya que en su mayor parte lo escribí y lo armé ese año, pero hay poemas muy anteriores en la primera parte –dice la autora–. Cuando me descubrí escribiendo en estado de ira, recordé que tenía guardados poemas aislados con esa misma tonalidad y entonces los rescaté, los corregí y los uní a los nuevos. En cuanto al estado de ánimo, sin duda fue la rabia contra las diversas instancias opresoras que aparecen: el poder político y el trascendente, la muerte, la pose artística o intelectual, las convenciones del matrimonio”. Los poemas del delta, dedicados al escritor Rodolfo Godino y que en su forma parecen imitar la geografía isleña, surgieron de una temporada veraniega en ese espacio “donde se mezcla lo salvaje / con la calma de los siglos”. Los poemas del otoño son de fines de 2018.
El método de escritura de Piña sigue las leyes de un azar misterioso. “Yo me pongo a escribir a partir de un ritmo, de una música, casi sin saber qué voy a decir, y sólo después de que el poema ha salido sé en qué consiste y me pongo a corregir –señala–. Pero no hay nada deliberado o racional en los temas que tomo. Son temas que sin duda me invaden y que están muy presentes dentro de mí”. También confluyen –para usar una metáfora relativa al río– en una gran tradición de la poesía argentina, con nombres como los de Pizarnik, Amelia Biagioni, Olga Orozco y Enrique Molina, mencionados o citados en su libro. “Pero también Virginia Woolf, ya que desde mi punto de vista es tan poeta como narradora y sus libros son equivalentes a largos poemas”, agrega. En “Jubilosa cofradía” la autora se une a ellos: “Júbilo de entrar en la austera / compañía de los que antes ya / mis santos profanos de la pluma / y el papel”.
Piña destaca que hay nuevas generaciones de poetas que se van sumando, cambiando y enriqueciendo el archipiélago literario. “Las voces y las citas se me han ido imponiendo –revela–. Quizás la única excepción sea Víctor López Zumelzu, el poeta chileno, de quien leí un solo libro pero la cita que utilizo como epígrafe fue lo que me impulsó a escribir el poema. Porque los epígrafes muchas veces son la patada inicial de la escritura”. En un encadenamiento de imágenes que impulsan cadencias, la “barca silente” de su poesía atraviesa estaciones y estados de ánimo.
Cristina Piña
Estaciones del yo
Vinciguerra
En mi lista de compras para la Feria del libro
Dice en feis Irma Gallo
Terminé, en dos semanas quizás, las cuatro novelas que conforman la saga Dos amigas, de Elena Ferrante. Me resistí durante mucho tiempo a leerla porque me sonaba a literatura rosa y cursi, pero nada de eso: es la historia potentísima de una amistad conflictiva, voraz, voluble, pero también llena de amor entre dos mujeres, Lila y Lenú, que tiene como escenario la Italia del siglo pasado, desde 1950, más o menos -las dos nacen en 1944 y la primera novela, La amiga estupenda, comienza cuando están en lo que ahora llamaríamos el kínder-, hasta el año 2007.
El auge de los movimientos obreros y estudiantiles, en contraposición con el terror que imponían los fascistas; el feminismo y sus primeras luchas, como la de legalizar el uso universal de la píldora anticonceptiva; el ascenso de la Camorra y otros grupos criminales; la cacería, por parte del Estado, de quienes fueron comunistas radicales en sus días; el advenimiento de las nuevas tecnologías con las primeras computadoras que IBM vendió en Italia; pero sobre todo, la vulnerabilidad -y aunque suene contradictorio- la inmensa fuerza de los cuerpos de las mujeres, especialmente los de la protagonista, Elena o Lenú, y esa anti heroína superdotada que es Rafaella o Lila. Cuerpos atravesados por la violencia, primero por parte de los padres y los compañeros del colegio, luego por los amantes y esposos, finalmente por la maternidad, la enfermedad y la vejez. Cuerpos de mujeres rotos en pedazos y vueltos a armar por pura necedad, cuerpos cuyos cerebros construyeron universos inalcanzables, en el caso de Lila gracias a una inteligencia superior aunque en bruto y una intuición suprema; en el de Lenú por una férrea disciplina de estudio y escritura.
Dos mujeres que fueron opuestas y quizá por ello se complementaron durante las más de cinco décadas que duró su amistad.
Estoy emocionada porque, aunque esto suene cursi, me sorprenden los alcances que tienen las mujeres: en otro país, en otra época, como amigas y a veces hasta como rivales, pero siempre a la vanguardia de todo. Las familias, las comunidades, se derrumban sin ellas.
Como dice Nino Sarratore, el hombre del que ambas se enamoran en distintos momentos de la historia: ustedes, las mujeres, son siempre mejores que nosotros.
Y el tiempo le dio la razón: el tipo fue, además de un mujeriego y un traidor, un cobarde.
Ahora la saga ocupa un lugar privilegiado en uno de mis libreros. Y créanme que no es poca cosa: cuando un libro no me gusta, me deshago de él en cuanto puedo. No lo destruyo, jamás lo haría, pero lo regalo a quien pueda sacarle provecho.