domingo, 30 de septiembre de 2018

Conmigo lo de leer está seguro

19.07.2014

Tuuu Librería, tráfico libre de libros. Precio: la voluntad

  
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Fulanito
Catalina Benavides y Alejandro de León creadores de la Tuuu Librería. Foto: Roberto Villalón.
Colaboración, simbiosis y una gran idea. Eso es lo que se esconde tras esta iniciativa que implica a los ciudadanos con la culturaTuuu Librería es un espacio en el que el tráfico de libros es libre y solo cuesta la voluntad. Además, sus creadores planean otros proyectos enfocados a la independencia cultural y la ayuda mutua. Maravillosas propuestas ciudadanas con las que El Asombrario celebra la publicación de su artículo número 1.000. Todos los que hacemos esta revista aprovechamos para agradecer la cercanía de tod@s nuestr@s lector@s. Muchas gracias por estar. 
Un cierre a medio echar y dos puertas de cristal. Cruzamos el umbral y ahí están. Dormidos, aletargados, impacientes y ansiosos, todos descansan sobre palés y medios palés europeos, dispuestos piramidalmente de manera estratégica para que ninguno de ellos luche contra su hermano, para que el castillo no llegue a derrumbarse. Son libros, sólo libros, dirán algunos, pero siempre son algo más. No hay orden alfabético ni registros, sólo pequeñas asambleas mudas que discuten de género y temática. También hay libros en distintas lenguas, infantiles, y hasta una sección de rarezas donde encontramos un libro de José María Carrascal. La mañana apunta alto.
Falta más de una hora para que abran, pero un señor se adentra en el local sin pedir permiso y abre una vieja maleta, sucia y destartalada. La ola de Virginia Woolf, Mi credo de Hermann Hesse, varios tomos de una vieja enciclopedia de arte y un libro antiguo que no alcanzo a identificar. Alguien advierte al cliente y le dice que todavía está cerrado. “Pensé que estaba abierto, como he visto el cierre medio abierto…”, contesta impaciente por donar esos libros que ya no utiliza y llevarse otros nuevos.
En este local de la calle Covarrubias de Madrid, ahora en el 38 pero hace un año en el número 7, luce un letrero que dice Tuuu Librería. En noviembre se cumplirán dos años del proyecto, una librería que sirve de depósito de todos esos libros que la gente, por defecto, tira a la basura. Catalina Benavides nos recibe a la vez que nos ofrece un té. Mientras tanto nos cuenta que el ideador de este proyecto fue su socio Alejandro de León, quien conoció a través de un amigo una iniciativa pionera surgida en Baltimore con el nombre de The Book Thing y cuya esencia giraba en torno a los libros y las tertulias literarias surgidas de manera espontánea. A partir de aquí se fue configurando lo que a finales de 2012 tomó cuerpo en Libros Libres, antesala experimental de este nuevo proyecto que ahora pretende liberar y canalizar el consumismo editorial de los lectores en actos altruistas que deriven en la formación de bibliotecas (públicas o privadas) o donaciones específicas para centros necesitados de material librario.
La cosa es sencilla y compleja a la vez. No quieren quitar protagonismo a las librerías y por ello no catalogan sus fondos. “Sería feo –nos dice– porque nosotros somos una librería de rotación, movemos libros, no los vendemos”. Pero es evidente que el mantenimiento del local (el espacio, la luz o el agua) cuesta dinero. Todo está financiado con los donativos de la gente y las suscripciones. Antes no pedían nada, tal vez eran demasiado permisivos, pero hace un tiempo que aconsejan a todos sus clientes depositar la voluntad que consideren acorde a los libros que se llevan. Así lo dice una gran pizarra de pie. El precio de la suscripción es de 12 euros al año y el único beneficio es la implicación en la causa. La cifra actualmente oscila entre 1.000 y 1.500 suscriptores. Sabemos que también cuentan con voluntarios. Ellos realizan algunas tareas de mantenimiento y atienden cara al público.
Catalina dice que programan las semanas con turnos de dos personas y dos horas (la librería abre todos los días de 12:00 a 20:00), que a veces la gente se ofrece a colaborar con su tiempo y así “pagar” los libros, pero nosotros no terminamos de sorprendernos al saber que tienen unas 80 personas disponibles para esta tarea, eso sí, todos asegurados una vez colaboran, sin remuneración, pero dados de alta en la Seguridad Social. Cuando le preguntamos si en algún momento estos han reclamado un pequeño estipendio, nos dice que paga a estas personas con puntos de Civiclub, una especie de reconocimiento cívico para todo el que ayuda en este tipo de proyectos comunales y colaborativos, y que organizan una fiesta de voluntariado al año. Asimismo existe un tablón de anuncios donde lectores y voluntarios dejan sus datos para que se les avise si llega un ejemplar que están buscando de tal o cual autor, o donde se anuncian ofertas para dar clases de idioma u ofrecer otros servicios. Todo es así en esta librería.
Interior de la Tuuu Librería en Madrid. Foto: Roberto Villalón.
Interior de la Tuuu Librería en Madrid. Foto: Roberto Villalón.
Según nos cuenta, abrieron otras sedes en Jaén (Linares) y Córdoba, ya inactivas; otra en Badajoz todavía operativa; cedieron la idea del proyecto a otra librería de Barcelona y mantienen otra madrileña en Torrelodones. Les han llamado de Roma para abrir otra tienda en la ciudad del Tíber. Piensan que el proyecto es exportable y guardan ciertas innovaciones sobre el formato, pero todo se encuentra en fase embrionaria, nos señala. Realizan campañas de difusión a nivel nacional, contactan con centros culturales para que les cedan un espacio y así recaudar fondos con los que enviar libros a distintos lugares como colegios públicos o institutos. Como no hay dos sin tres, esto forma parte de un proyecto más amplio y ambicioso. Lo que antes era Grupo 2013, una ONG orientada a la mejora de la educación en España (compuesta por la Asociación Maestros y Alumnos Solidarios y la Fundación Sentido y Sensibilidad), ahora se ha reproducido y sintetizado en cuatro proyectos en los que se inscribe esta librería y que están relacionados entre sí por el espíritu solidario que los empuja. Uno es MAYAS, cuya esencia es generar becas a través de profesores jubilados, estudiantes o todo aquel que quiera dar clase (actualmente la red la forman más de un centenar de profesores que han financiado 89 becas educativas en la Comunidad de Madrid). Después está MICROCRÉDITOS, ayudas económicas destinadas a optimizar las condiciones de las familias de esos becados. Y, por último, el más incipiente, UFEED, una aplicación para smartphones que permite donar el precio de cualquier producto que consumimos a diversas ONG’s de todo el mundo. Todo esto es Yooou.
Saber que hay espacios culturales sostenibles capaces de dilatar y desplazar la experiencia cultural a un mayor número de lectores en estos tiempos de dificultad, sin duda es algo positivo y esperanzador. Pero claro, hay de todo. Los hay incluso, nos lo cuenta Catalina cuando rememora los primeros pasos en el número 7 de Covarrubias, que roban ejemplares o que, directamente, ni se molestan, dan los buenos días con una sonrisa y no depositan un euro en ese falso centón de cartón improvisado que hace las veces de hucha de donaciones. Sin embargo, unos más apurados u otros menos, todos son ciudadanos, el riesgo de cualquier contingencia es comprensible, y no es que justifique la falta de ética, pero seguramente sí podría explicar la carencia de una noción cultural de base. Catalina nos dice que la reacción tanto de bibliotecas como de centros culturales o colegios (con los que contacta para hacer envíos de libros) es irremediablemente de estupefacción, no se lo terminan de creer. Y cuando al final aceptan recibir esos libros, algunas de estas instituciones dan dinero de manera simbólica, voluntaria, pero nunca convencidos del todo. “Por regla general, no es habitual”, confiesa. Por tanto sacamos alguna conclusión, y permítanme la perogrullada del día: costar y valer son verbos distintos, pero mientras exista dicha homogeneización lingüística, no podremos hablar de una sólida concienciación de que la cultura vale y cuesta dinero. A pesar de ello, Catalina sentencia firme y sin contemplaciones: “quiero que se salven los libros y que la gente lea, porque la cultura llena y el ocio vacía”.


Tu puesto del Rastro

Ahora mismo están allá: les musiques, los cuadros y las lámparas de colores, los trapos y los papeles, la gente que come y camina, los balcones y las ventanas que te llenan los ojos de historias que no alcanzo a contar porque el tiempo lineal es un tirano y la cuerpa se desdobla con esfuerzo.

Yo, la que hoy dice yo, estuve el primer domingo, mi único domingo en Madrid. Porque el Rastro solamente está los domingos de 9 a 15 y eso hace que una cree en su cabezota sensaciones de castillo encantado, de maravilla que aparece y desaparece en el espacio y el tiempo. Pero no, seguro que todes elles siguen ahí.

Yo me traje tres prendas por 20 euros (vestido corto y pollera, digo falda, en azules raros para mí, y vestido largo también en azules pero que elegí small no sé por qué y se quedó Magdalena a ver si se decide a usarlo ella o arreglarlo para que me entre a mí) y dos por 10 eruos (babucha verde que ya re usé y verás en varias fotos allá y en aeropuerto) y solera rara que todavía no logro ponerme (so por elegir floreados con fondo blando que no me van).

Las músicas que nos encontramos en una esquina esperando para armar la banda eran argentinas: porque tenían mate, porque la funda de la guitarrista tenía lema feminista abortera y porque la cantante pidió: Me vas a comprar pilas, en español rioplatense.

En el puesto lleno de Fridas no compré nada porque Frida me duele como producto y porque todavía no habíamos agarrado la tarasca en euros y teníamos miedo de gastar. En el sótano lleno de cuadros donde el artista abrazaba a su hijita de alrededor de seis años y nos miraba sacar fotos sin aportar como compradoras, me hubiera quedado mucho más rato.

El lugar donde comimos es hermoso, (uy, no me acuerdo el nombre ni lo veo en la foto, ya va a venir)... ¡Alegría de la huerta!!!! Lo atendían dos minas divinas, que seguro eran las que cocinaban porque todo tenía cara de artesanal y sabor genial y ahí descubrimos lo de primer plato, segundo plato, pan (que te lo cobraban y racionaban mucho más que acá), bebida y postre. Mi arroz agridulce volvió a aparecer varias veces en el viaje y ya dije que lo tengo que incorporar a mi ecosistema. Odio las fotos de comida pero aquí van algunas como muestra de que este viaje conmovió todos mis sentidos.

Tuuuulibrería fue encontrada de casualidad aunque yo sabía que existía ese sistema comunitario de libros a la gorra. Me traje tres: Cuentistas madrileñas, cuentos del país vasco y cuentos de CF catalana. Dejé dos euros no más porque soy muy amarreta y me aprovecho de las oportunidades de lectora pobre.


Meg, Jo, Beth, Amy

‘Mujercitas’, 150 años de una novela activista que ha inspirado a millones de lectoras

La obra de Louisa May Alcott brilla más que nunca en su espíritu revolucionario, activista y formativo para muchas personas que buscan la libertad y la identidad. Lo hace tras décadas de ser etiquetada como sentimental o "para chicas" debido a la censura de algunos pasajes ya recuperados. Además, el personaje de Jo es afín al tema de las Conversaciones de Formentor este fin de semana
Primera edición de 'Mujercitas', de Louisa May Alcott.

Reivindicación de un clásico

Siglo y medio después, Mujercitas recupera lo que es suyo: el orgullo público de sus lectores. Atrás ha quedado el placer escondido de leerla y el agradecimiento por los sueños despertados y la compañía inmejorable. Una deuda poco reconocida en público al libro y su autora Louisa May Alcott, salvo por algunas personas, pero ahora investida del ánimo y carácter resuelto y rebelde de Jo, de Josephine March, la muchacha quinceañera que casi todas sus lectoras querían ser.
Pero pronto la etiqueta de novela sentimental, insustancial y de “para chicas” ensombreció su espíritu revolucionario, independiente y reivindicativo de las mujeres porque la novela fue expurgada a partir de 1880.
A pesar de la censura, en Mujercitas se filtraba lo que quería decir, “aunque no supiéramos que había sido expurgada su mensaje estaba allí como un fantasma que contenía el germen de emancipación en sus páginas”, recuerda Irene Chikiar Bauer, periodista y escritora argentina y autora de la biografía Virginia Woolf, la vida por escrito. Eso le da el aliento de obra clásica, añade la escritora, reforzada por la tendencia a crear arquetipos que se van actualizando con cada época.
La sombra sobre Mujercitas no siempre estuvo allí. Cuando aquel miércoles el 30 se septiembre de 1868 Louisa May Alcott (1832-1888) publicó por encargo un libro titulado Little Women nadie se esperaba tal éxito: dos mil copias vendidas. La historia terminaba con el regreso al hogar del señor March tras la Guerra de Secesión en Estados Unidos y el compromiso de Meg, la mayor de las cuatro hermanas March. Así es que el público quiso saber que pasaría con sus vidas… Al año siguiente Alcott publicó la continuación: Good Wives, traducida como Aquellas mujercitas o Buenas esposas. Sería una de las primeras obras en complacer al mercado y mejorar el éxito de la primera parte.
Después las dos novelas se editarían en un solo volumen como Mujercitas. Más adelante su espíritu activista y avanzado para las mujeres sería aplacado a petición de los editores. Hacia 1880 pidieron a Alcott que suavizara algunos pasajes, revisara otros para hacerlos más acordes a la época e incluso quitaron capítulos considerados impropios.
Esta purga alteró la lectura de Mujercitas y contribuyó a que se subestimara, aunque fuera considerada un clásico. Si bien en inglés y algunas otras lenguas ese error se subsanó en el siglo XX, en español hasta 2004 no se editó la versión original, la de 1868 y 1869 sin censuras. Una versión lanzada de nuevo por Lumen con motivo de la edición conmemorativa de los 150 años que en España empieza con la primera parte en una versión ilustrada por la finlandesa Riika Sormunen.
Estos días resuenan las voces de grandes escritoras e intelectuales para quienes Mujercitas fue o es una inspiración y refugio: Simone de Beauvoir, J. K. Rowling, Ursula K. Le Guin, Carson McCullers o Patti Smith y en español Marcela Serrano, Cristina Fernández Cubas, Jenn Díaz o Pilar Adón.

Todas querían ser Jo

Simone de Beauvoir escribió en sus diarios: “Hubo un libro en el que creí ver reflejado mi futuro: Mujercitas de Louisa May Alcott. […] Me identifiqué apasionadamente con Jo, la intelectual. Brusca, huesuda, Jo trepaba a los árboles para leer; era más varonil y más osada que yo, pero yo compartía su horror por la costura y el cuidado de la casa, su amor por los libros. Escribía, para imitarla mejor compuse dos o tres cuentos”.
Patti Smith acaba de escribir el prólogo para la edición estadounidense de la novela con unas palabras que empiezan: “Tal vez ningún otro libro me proporcionó una guía más grande, cuando comencé mi camino juvenil, que la novela más querida de Louisa May Alcott, Mujercitas. Era una soñadora despierta, con solo diez años. La vida ya presentaba desafíos para una marimacho incómoda que crecía en la década de 1950 definida por el género”.
La novela no solo rompía con algunas conductas impuestas a la mujer, sino que guardaba la promesa de que las mujeres podían ser libres para hacer lo que quisieran y ser como quisieran, aunque luego la novela mostrara otras realidades y obstáculos.
“Todas queríamos ser Jo”, cuenta la periodista Rosa Mora, quien fue responsable de libros en el diario español El País durante un par de décadas. Mora, precisamente, dio la noticia de que en 2004 aparecía por primera vez la edición original y sin censura de la novela.
Sus recuerdos van más atrás: “Eran cuatro hermanas sensacionales. Meg, Jo, Beth y Amy, pero todas queríamos ser Jo. Leí una traducción española a finales de los años cincuenta o primeros sesenta del siglo XX, probablemente en la edición de Reguera de 1946, unas 150 o 160 páginas. Tenía 13 o 14 años. Me deslumbró. A mí y a mis amiguitas del cole: como Jo, queríamos ser rebeldes e independientes (de los hombres, de la familia, de las convenciones, ganarnos la vida). Cuando leí, la edición de Lumen (2004), no censurada, convencida por la entusiasta editora de entonces, Silvia Querini, comprendí que no todo no era tan bonito. De las menos de 200 páginas a las más de 500, algo había cambiado. Las chicas eran estupendas pero no tanto y afloraba un retrato social descarnado casi con más miserias que alegrías. Pero el primer mensaje nos había llegado: queríamos ser Jo”.
Ha pasado siglo y medio de aquel doble nacimiento: el de la novela y el de Jo como criatura literaria que influye, de verdad, en la vida de las personas. Ese es el mayor logro de Alcott a la literatura y al imaginario universal, afirma María Fasce, editora de Lumen. “No hay niña con sueños de artista o de escritora (fue mi caso) que no se haya visto retratada en Jo. Su libertad, su idealismo, su falta de coquetería que la vuelve irresistible (recuerdo con qué asombro y admiración había seguido el arrojo de Jo al cortarse el pelo bien corto para venderlo y conseguir dinero: es la escena que más se me ha quedado grabada). Hay muy pocas heroínas como Jo March en la literatura”.
Es la incorporación de un elemento, mensaje o personaje de manera natural sin ser el epicentro. La naturalidad está en la naturalidad. Entre tantas cosas admirables de la obra de Louisa May Alcott hay un gran hallazgo, añade Fasce: “el logro de poner un personaje que se sale de los estereotipos sin que eso sea el eje del libro. Emma Clit, presentando su libro La carga mental este martes, comentaba algo muy cierto y que me dejó pensando: el modo de luchar por la igualdad no es haciendo de ese tema el centro de la obra. Ella aborrecía los libros con títulos como “Tengo dos papás”, “El niño al que le gustaba usar vestidos”. Proponía incluir parejas de padres homosexuales o niños trans o gays en las tramas como un elemento más, las historias debían hablar de otra cosa. Y Mujercitas habla de tantas cosas, de la guerra, de la pobreza, de los lazos familiares, del amor… Es eso que se llama clásico: cada vez que lo lees tiene una lectura distinta. Fue el primer libro que leí, entre los seis o los ocho años, no recuerdo exactamente, pero me ha quedado la emoción, el recuerdo de mi madre diciendo que ya era tarde, que apagara la luz y me durmiera. Y me dormía, soñando con ser Jo”.
Meg, Jo, Beth y Amy vistas por Riikka Sormunen para ‘Mujercitas’, de Louisa May Alcott (Lumen).

Las facetas del ser humano

Mujercitas va más allá de aquella casa donde transcurre la vida con penurias y asomos de alegría y sabiendo que en alguna parte está muriendo gente por la Guerra de Secesión. “Es un libro que muchas escritoras reivindicamos porque al leerlo de jóvenes nos proyectamos en Jo, pero la verdad es que Mujercitas reúne diferentes facetas de la mujer y del ser humano”, explica Irene Chikiar Bauer. Todas, continúa la escritora, “éramos un poco cada una de esas cuatro hermanas: Jo que quiere ser escritora y más libre, Meg tiene en lado más protector y cuidador, Beth el miedo a la muerte y Amy el lado frívolo necesario a veces”.
Pero, como dice la escritora Elia Barceló, no fue solo uno de los libros de su infancia: “Jo March fue un gran modelo. Sus hermanas también, precisamente porque no eran lo que yo quería ser”.
Su lectura no es de una o dos veces. Quienes leyeron la novela de niñas o jóvenes lo hicieron cinco o más veces. La pasión por la novela la ha reflejado Elena Ferrante en el Cuarteto napolitano donde hay un grupo de amigos obsesionados con Mujercitas.
Los prejuicios sobre Mujercitas empiezan a desaparecer. Diego Erlan escritor argentino y editor de Ampersand, lamenta que se trate de “uno de esos clásicos de la historia de la literatura que carga con demasiado prejuicio. ¿Es literatura infantil? ¿Es un libro sólo para niñas? ¿Es literatura menor? ¿Es un libro conservador? Incluso quienes no leyeron la novela sostienen que no les interesa por alguna de estas razones. Está bueno romper con ese prejuicio”.
Es el resultado de la llegada de la industria editorial. Erlan recuerda cómo es a mediados del siglo XIX cuando los editores comenzaron a diferenciar entre libros para mujeres y para hombres: “Se empezaron a buscar historias de aventuras sobre niños que escapaban del mundo doméstico controlado por mujeres. Y existían otros que estaban pensados para convencer a las niñas de las recompensas de permanecer en el hogar y cuidar de los otros. De esta manera se alentaba a los varones a convertirse en jóvenes emprendedores, autónomos y aventureros, en tanto que a las niñas se las alentaba para quedarse en sus casas, reunirse junto a la chimenea, soñar con casarse con un príncipe azul y obedecer a las autoridades (masculinas, desde luego). Creo que Louisa May Alcott cuestiona, dentro de lo posible esta idea con la figura de Jo. Sin duda es contradictoria, pero esa contradicción se debe a las presiones de sus editores, de sus lectores y, de algún modo, del momento en el que le tocó vivir”.

Prejuicios infundados

Anne Boyd Rioux, profesora de la Universidad de Nueva Orleans, en El legado de Mujercitas (Ampersand) recuerda Erlan, advierte que “una de las razones por la que tantos lectores varones se han sentido incómodos con Mujercitas es que invierte la mirada entre personajes femeninos y masculinos como pocos textos literarios han logrado hacerlo. Por primera vez, las chicas están en el centro y los varones en la periferia. Si relegamos Mujercitas a la lectura hogareña y sólo para niñas se pierde la oportunidad de entender otra sensibilidad y de involucrarnos en los debates que plantea el libro acerca del género y de lo que significa crecer”.
Boyd Rioux asegura que Mujercitas, según Erlan, “es un valioso texto para ayudar a los lectores -sean jóvenes o viejos, hombres o mujeres- de pensar los complejos problemas de la formación de la identidad y el lugar que ocupa el género en nuestro desarrollo. Muchas veces en la infancia, al agarrar una edición de Mujercitas, escuchamos que alguien -un padre, una madre o alguna maestra- decía que ese no era un libro para varones. Cuestionar esa imposición es fundamental. Siempre lo fue. Pero hoy estamos inmersos en un cambio profundo sobre esta cuestión”.
Lo sabe Martín Felipe Castagnet. El escritor argentino asegura que “Mujercitas es uno de los primeros textos en describir con precisión ese momento difuso entre la infancia y la adultez, en una época donde todavía no se había inventado la adolescencia; sus protagonistas están vivas y a través de ellas el lector conoce el desprendimiento, la humillación y la templanza”.
El autor de novelas como Los cuerpos del verano y Los mantras modernos reconocer la importancia de haber leído la novela en su formación: “Las mujercitas se casan fue el primer libro que compré con mi propio dinero, y eso fue porque lo hice a escondidas. Me daba vergüenza el título (más tarde me enteré que fue invento de los editores), pero necesitaba desesperadamente saber cómo continuaba Mujercitas. Hoy en Estados Unidos se publican en un solo volumen, tal como fue concebido, pero en América Latina predomina la costumbre inglesa de mantenerlos por separado, y esa particularidad editorial me llevó a decidir de muy chico si existía una literatura exclusiva para mujeres. Avergonzado, en esa librería resolví que no existía tal distinción y me decidí a comprar el libro… pero lo leí a escondidas. Veinte años después ya no me escondo más”.
Como tampoco se han escondido libreras como Concha Quirós Suárez que dice: “Como a Jo, los libros me salvan”.
Periodistas como Rosa María Calaf: “Hay que elegir entre no hacer nada o pelear por ser libre. Y las mujeres más. Eso fue lo que me enseñó Mujercitas“.
Abogadas como Susana Herman Moyano: “Me enseñó que existía un nombre para ese lugar misterioso del que yo empezaba a formar parte: el mundo de las mujeres”.
Escritoras como Cristina Fernández Cubas: “Meg, Jo, Beth, Amy… A los nombres de las heroínas de Mujercitas les ha pasado lo mismo que a los Beatles. John, Paul, Ringo, George… Siguen ahí porque ya son parte de lo que fuimos y somos”.
Y usted, qué opinión o recuerdos tiene de Mujercitas