Y no con otros, eh, con él mismo: tantos abandonos, tantas desilusiones, tantos nuevos intentos. Y siempre agradecía que él no aprovechara el poder que tiene sobre mí, que fuera lo suficientemente idiota como para irse y no quedarse metido en mi culo que no sabe echarlo, que apenas lo toca dos veces ya se pone a protegerlo y a quererlo cambiar, que fuera tan pelotudo (a veces he creído, tan inconcientemente sabio) que me libra de este amor enfermo.
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